CREO EN LA RESURRECCION DE LOS MUERTOS

CREO EN LA RESURRECCION DE LOS MUERTOS

Creer en la resurrección de los muertos es el penúltimo artículo de nuestra fe. Las lecturas de hoy y el tiempo en que estamos (primeros de noviembre) nos invitan a tratar de comprender un poco más el contenido de nuestra fe y esperanza. Perdonad, pues, el tinte conceptual de esta homilía, pero a veces viene bien razonar para aclararnos.

En el Antiguo Testamento hay un proceso largo sobre el tema de la retribución de los muertos y su posible resurrección. Aunque parezca sorprendente el hablar de la resurrección de los muertos es muy tardío, casi contemporáneo a Jesús.

El pueblo elegido por Dios y bendecido en Abraham espera una retribución intramundana. No piensa en el más allá. Ve sus esperanzas colmadas si tiene una larga vida, una familia numerosa, unas tierras fértiles y rebaños abundantes junto con una salud estable. La promesa hecha por Dios a Abraham son todas esas cosas y la esperanza del justo es vivir y tener esas cosas como retribución a su vida justa. Pero la verdad es que no siempre el hombre justo tiene larga vida, ni posesiones y riqueza. ¿Qué sucede con este justo, injustamente tratado por la muerte?

Las primeras luces sobre este tema nacerán de la reflexión creyente sobre la comunión con Dios durante la vida del justo o del hombre. Si se da esta comunión de vida entre el hombre y Dios, éste no abandonará al justo porque significaría abandonar su propia vida en el justo. La comunión de Dios y del justo va más allá de la muerte.

El 2º libro de los Macabeos (160 a.C.) habla claramente de resurrección en 12, 43: “Obró con gran rectitud y nobleza, pensando en la resurrección. Si no hubiese esperado la resurrección de los caídos en la batalla, habría sido ridículo e inútil rezar por ellos”. Y en el capítulo 7, 1-14 habla del martirio de los siete hermanos y su madre donde se afirma claramente la resurrección de los muertos.

En el A.T. la fe en la resurrección se va abriendo camino a partir de la convicción de que Dios es Fiel y cumple su promesa. Dios es el amigo de la vida. Dios promete que estará siempre con nosotros (ese es su nombre) y por tanto es necesario saltar los límites de la muerte y esperar en la resurrección futura.

 

En los tiempos de Jesús aflora la corriente de creer en la resurrección de los muertos, pero no todos estaban en esa onda. Quizás los más influyentes, los más intelectuales del pueblo no creían en la resurrección (los saduceos), sin embargo, la gente del pueblo, los movimientos populares de entre los creyentes (fariseos) sí creían en la resurrección.

En Lucas 20, 27-38, se nos narra el encuentro de Jesús con los saduceos y los fariseos donde le interrogan a propósito de la resurrección. La postura de Jesús es claramente por la resurrección y como argumento cita el pentateuco (Ex 3, 6: “Dios es Dios de vivos”) como criterio de autoridad que los mismos saduceos admitían como tal. Jesús afirma que Abraham, Isaac, Jacob, están vivos. Ellos en persona. Se habla de una resurrección encarnada. La antropología del Antiguo y Nuevo Testamento no es dualista. El hombre es una realidad única. Se afirma la resurrección de todo hombre y de todo el hombre por la fidelidad de Dios, amigo de la vida y Dios de vivos.

 

En San Pablo todo habla de resurrección cuyo fundamento o punto de partida es la resurrección de Jesús. Nosotros por el bautismo nos conformamos con Cristo resucitado. Nosotros resucitamos porque Cristo ha resucitado y resucitamos a imagen de Cristo resucitado.

¿Cuál es el contenido de nuestra fe o qué afirmamos cuando decimos creer en la resurrección de los muertos?

Desde la fe cristiana mantenemos la afirmación de la resurrección total de todo el hombre y de todos los hombres; y se afirma la identidad corpórea en cada uno de ellos. El que resucita es Pedro y no un sucedáneo de Pedro. Afirmamos que la resurrección acontecerá en “el último día”.

Decimos que Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza y lo quiere como hombre y no como una fase de espiritualización. Ser hombre no es medio para llegar a la liberación del cuerpo.

Lo quiere como interlocutor válido, como persona, todo él en su realidad sicosomática.

Lo quiere para siempre. Lo quiere siempre hombre, hijo en el Hijo.

 

Decimos con toda nuestra fuerza que la resurrección es consecuencia del acto creador de Dios. La resurrección verifica la seriedad del propósito creador. Todo era bueno. La creación es ya salvación; el Dios que crea no des-crea lo creado. La Palabra de Dios es eficaz siempre. Dios no retira su palabra porque es fiel. La creación es primera pascua, primer paso de Dios y Él no da marcha atrás nunca. Des-crear sería desdecir su palabra. Si crea al hombre lo es para la Vida y no para su desaparición.

Además, la resurrección es la respuesta de Dios al gran interrogante del hombre ante la muerte. La muerte es ciertamente la crisis suprema de la existencia humana. Esa crisis alcanza también a Dios. ¿Dios es o no es más fuerte que la muerte? Si Dios no vence a la muerte no es Dios o no merece la pena como tal. La resurrección es la muestra del Amor que es más fuerte que la muerte. En la resurrección Dios sale al encuentro para recogernos en sus brazos después de pasar la prueba máxima de la fidelidad mutua. Dios es fiel siempre; el hombre muestra su fidelidad a Dios poniéndose en sus manos en el momento de la muerte. “A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu”.

Además, Dios nos resucita porque en Cristo nos ama como hijos. En la resurrección de Cristo estamos resucitados todos, porque somos sus hermanos y con él coherederos del cielo. Resucitamos porque Cristo ha resucitado; a imagen de Cristo; y como miembros del cuerpo de Cristo.

Nadie nos podrá separar del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús: Ni la vida, ni la muerte.

Dios es DIOS DE VIVOS.

Gonzalo Arnaiz Álvarez, scj.

 

 

Gonzalo Arnaiz Alvarez scj
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