DESPERTAR, VIGILAR, VELAR, ORAR.

DESPERTAR, VIGILAR, VELAR, ORAR.

Iniciamos un nuevo año del calendario litúrgico de la comunidad cristiana. ADVIENTO.

El Adviento, aunque tenga en el horizonte la fiesta de la Navidad –primera venida del Señor, en carne mortal-, apunta sobre todo, a la segunda venida del Señor en Gloria. Ésta es la venida que ahora es objeto de nuestra esperanza y es a la que miramos y la que condiciona nuestro presente. Que el “Señor vendrá a juzgar a vivos y muertos” es una verdad de fe que profesamos en nuestro credo. No es un accidente o una verdad menor, sino que es aquella que una vez que acontezca, llevará a plenitud toda la creación. La venida del Señor enmarca nuestro horizonte de futuro y hacia ella caminamos inexorablemente. Cada día estamos más cerca de este acontecimiento. ¿Realmente esperamos esta venida con alegría y optimismo, o es algo que hemos incluido en el archivo de nuestra memoria de tal modo que no nos incomode y podamos vivir como si esa verdad no debe condicionar para nada nuestra vida presente? Cuando llegue, llegará y ya veremos qué es lo que pasa. Entre tanto nos entretenemos con nuestras realidades temporales como si de ellas dependiera nuestra “salvación” o como si fueran “eternas”.

Durante los cuatro domingos de adviento oiremos al profeta Isaías (2, 1-5 en este domingo) que en sus visiones sobre Judá e Israel nos narra la felicidad y alegría de los tiempos mesiánicos contrapuestos a los tiempos de zozobra que vive su pueblo en los días del Profeta. Oír que, en “aquel día”, de las espadas se forjen arados y de las lanzas podaderas es toda una proeza. Es decirnos que la paz ya no se apoyará en la fuerza bruta de las armas, sino que se apoyará el corazón convertido de los pueblos que caminaran a la luz del Señor.

Las palabras del Profeta invitan y llaman a la esperanza y a ponerse en camino, desde la conversión de nuestros corazones, hacia esa meta gozosa que es la Venida del Señor.

Ciertamente, la llegada del Mesías cumplirá nuclearmente las esperanzas del pueblo, pero hay realidades entonces y ahora, que machaconamente perduran hasta nuestros días. La carrera de armamentos sigue adelante. Hoy, más que nuca, se dedican cantidades ingentes de dinero para potenciar nuestras defensas ante posibles agresiones militares o para engrasar la maquinaria de guerra de un país que se defiende de una agresión injusta. Hoy, leía la noticia de que en Toledo se dan clases para preparar para la guerra a 64 oficiales ucranianos. Hace una semana, por un misil caído en Polonia estuvimos al borde de la tercera guerra mundial. Vivimos tiempos recios poco dados a vivir el futuro inmediato con esperanza. Todo se vuelven nubarrones. Nos hace falta la mirada de Isaías que a pesar de los pesares mira al futuro con esperanza porque ciertamente llegará el Mesías y traerá la paz para todos los pueblos. La venida del Señor es cierta, es segura. Pero puede pillarnos desprevenidos.

 

San Pablo a los Romanos (13, 11-14) les invita a vivir el momento presente señalando a futuro. Un futuro que es esperanzador pero que incide frontalmente con el tiempo presente. Esta nuestra historia no la podemos vivir como si nada hubiera sucedido o como si lo que sucederá o vendrá está tan lejano que no nos importa nada. No es posible vivir el tiempo presente tan solo desde el “carpe diem” (aprovéchate del momento presente) de Epicuro que inunda nuestra cultura occidental (y otras).  San Pablo nos invita a mirar el futuro como el gran día que vencerá definitivamente esta noche de nuestra historia que ya contempla los albores de la luz diáfana del Día del Señor. Ya ahora hemos de vivir como hijos de la luz y pertrecharnos o vestirnos con el vestido de la luz nueva de ese día. Hemos de cambiar de actitud y vestirnos de Cristo. Hemos de vivir este tiempo como hombres nuevos revestidos del Espíritu de Cristo. Este tiempo nuestro está iluminado por Cristo, y ese Cristo nos llama y nos atrae hacia Él. Cristo es el punto omega de nuestra historia y hacia Él caminamos en esperanza y alegría. San Pablo nos invita a DESPERTAR. Revestirnos de Cristo. El día de nuestro bautismo fuimos revestidos e iluminados por Cristo. Eso no significa que ya no seamos de este mundo. No somos del mundo, pero vivimos en el mundo. Toda esta realidad “mundana” nos afecta. Las turbulencias de la historia las seguimos pasando. Pero iluminados por Cristo sabemos que las tinieblas o la muerte no tienen el poder definitivo. Abrazando esta realidad nuestra desde el Espíritu de Jesús, podemos ir haciéndola caminar hacia la recapitulación de todas las cosas en Cristo.

 

El evangelio de San Mateo (24, 37-44) presenta a Jesús hablando del Hijo del Hombre. Y Jesús describe diversas situaciones y actitudes de cara a esa venida del Hijo del Hombre que Él proclama con toda claridad. No es una supuesta venida, sino que es una venida cierta. El Señor vendrá. Ante esa venida, que parece dilatarse en el tiempo, muchos se dedicarán “a sus labores” sin preocuparse de más. Y esa venida les va a pillar con las manos en la masa despreocupados de la mesa de la fraternidad. Les pillará buscando seguridades donde no hay seguridad alguna. Un terremoto, un diluvio, una catástrofe, un coronavirus, una guerra, desnuda al hombre y lo deja a la intemperie.

 

Hacer cosas, aunque sea hacer las mismas cosas, tampoco indica el estar preparando la venida del Señor. Es importante la intencionalidad con que se hacen las cosas. Pueden estar dos “moliendo” y solo uno será llevado. No podemos olvidar que cada uno lleva consigo el peso de la propia historia que lo distingue de cualquier otra persona. Nuestra vida, con sus alegrías y dolores, es algo único e irrepetible, que se desenvuelve bajo la mirada misericordiosa de Dios.

Jesús, también deja claro que nadie sabe ni el día ni la hora en que vendrá el Hijo del Hombre. Pero vendrá. Por eso es necesario mantener esta “tensión” hacia esa segunda vendida que esperamos no con temor sino con esperanza gozosa. No puede ser que la segunda venida del Señor la esperemos como el que espera que le caiga encima una losa o como una realidad castrante. Esperamos nuestra liberación; esperamos el encuentro definitivo con el Señor; esperamos la culminación de todas nuestras expectativas. Esperamos la segunda venida en “Gloria” y por lo tanto el advenimiento (adviento) de la plenitud de los tiempos y la entrada de toda la creación en la Gloria del Padre, por el Hijo en el Espíritu. Esperamos la Gran Pascua de toda la Creación.

Esta esperanza nos invita a PREPARAR EL CAMINO DEL SEÑOR. Y este “preparar” no es estar de brazos cruzados sino involucrarnos en las tareas de evangelización y de construcción del Reino. El papa Francisco decía el domingo pasado (Cristo Rey) “Depende de nosotros decidir si ser espectadores o involucrarnos. ¿Soy espectador o quiero involucrarme? Vemos las crisis de hoy, la disminución de la fe, la falta de participación. ¿Qué hacemos? ¿Nos limitamos a elaborar teorías, nos limitamos a criticar, o nos ponemos manos a la obra, tomamos las riendas de nuestra vida, pasamos del “si” de las excusas a los “sí” de la oración y del servicio? Todos creemos saber qué es lo que no está bien en la sociedad, todos; hablamos todos los días de lo que no va en el mundo, incluso en la Iglesia, tantas cosas no van en la Iglesia. Pero luego, ¿hacemos algo? ¿Nos ensuciamos las manos como nuestro Dios clavado al madero o estamos con las manos en los bolsillos mirando? Hoy, mientras Jesús, que está despojado en la cruz, levanta el velo sobre Dios y destruye toda imagen falsa de su realeza, mirémoslo a Él, para encontrar el valor de mirarnos a nosotros mismos; de recorrer las vías de la confianza y de la intercesión; de hacernos siervos para reinar con Él”.

El cardenal Omella, decía a los obispos españoles hace 4 días :”Vivir con esperanza es caminar hacia la felicidad plena que no tenemos aquí, pero que tendremos allí, en el cielo. La esperanza fundante no la podemos poner en las cosas y en las personas que, a veces, nos cansan, nos decepcionan o se van. La esperanza «que no defrauda» nace de un encuentro con Jesucristo, crece en la medida que confiamos en él y acogemos en nuestras vidas la promesa que nos ha hecho: la muerte, el sufrimiento, la fractura humana y social no tienen la última palabra. El Amor y la Vida, en mayúsculas, triunfarán”.

Por eso nos atrevemos a pedir: “Que venga a nosotros tu Reino”.

Por eso Jesús, en el evangelio, nos invita a VIGILIAR, a DESPERTAR, a ESTAR PREPARADOS, a VELAR. Es un vigilar, un velar preparando activamente ese “Día del Señor”.

Gonzalo Arnaiz Alvarez scj
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