Por sus frutos los conoceréis

homilía

Por sus frutos los conoceréis

El sermón del llano de San Lucas o sus bienaventuranzas hoy se materializan en un lenguaje bastante llano y que no parece tan estridente como el del domingo pasado en que se nos invitaba al amor al enemigo. Pero sinceramente no hay ningún intento de rebaja sino de hacerlo más comprensible utilizando imágenes o refranes populares que todo el mundo entiende.

Un ciego no puede guiar a otro ciego. Ciego puede ser el maestro y eso sería lo más grave. Al discípulo le basta con saberse ciego. Malo sería que el discípulo se creyera ya en el fondo más sabio que su maestro. Ciertamente, entre los maestros hay  bastantes cegatos que intentan hacer comulgar a sus seguidores con ruedas de molino. En la iglesia nos estamos topando en la actualidad con una catarsis referida a los lobos con piel de cordero que se aprovechaban de su “superioridad” para abusar de los que se les confiaban para la catequesis o la enseñanza. Junto a esos “lobos” que son nefastos, se dan también otros pelajes de doctores que están muy lejanos de encarnar el espíritu de las bienaventuranzas. Y estas actitudes también hay que desenmascararlas.

Jesús utiliza el símil de la viga en tu ojo y de la paja en el ojo ajeno. Si juntamos ceguera y viga en el ojo, ustedes me dirán. El segundo ejemplo nos llama la atención sobre la facilidad de juicio que tenemos con el hermano o con el enemigo. Tenemos una facilidad pasmosa para despellejar al de enfrente. Y no nos damos cuenta de que posiblemente nosotros cojeemos del mismo pie de aquel al que acusamos.

En ambos casos (el ciego y el de la viga) creo que hay un llamado serio a la corrección fraterna que debe ser realizada en la comunidad de discípulos o seguidores de Jesús. La vida fraterna en comunidad te obliga necesariamente a un desvestimiento o desvelamiento de tu personalidad, de tus criterios, de tu forma de actuar. No puedes mentir por mucho tiempo y rápidamente puedes ser desenmascarado de tus egos, tus filias y tus fobias. Perfectamente te pueden identificar el tamaño de tu viga en el ojo y utilizar los medios oportunos para sacártela y hacerte entrar en juicio misericordioso.

Un discípulo no es más que su maestro. La cosa está clara. Me gusta mucho oír decir a Jesús, que con el tiempo el discípulo puede llegar a ser igual a su maestro. Se ve que no tiene pretensiones de ser el mejor, el único y el no va más. Él es el que es. Y le basta. Llama o convoca a su seguimiento y el nivel o el modelo que nos propone a todos es el del Padre. Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.

A Jesús no le duelen prendas ante la posibilidad de que alguien le iguale a él en perfección. Tan es así que  nos regala su mismo Espíritu para que nos guíe por la misma senda que a él y poco a poco nos identifique con él y nos iguale a él. El camino de la santidad es camino para todos. Y algunos lo han recorrido hasta una altura pasmosa. Pensemos en Francisco de Asís o Teresa de Jesús, y también en el santo de “la puerta de enfrente” con el que solemos encontrarnos cada día en nuestro deambular por este mundo.

Finalmente, Jesús pasa a analizar nuestros actos, tomando como punto de partida la comparación del árbol, de sus frutos y de las raíces del árbol.

Tenemos claro que el árbol como la persona es un todo. Si lo seccionamos lo matamos. Los frutos no serán buenos si el árbol entero no es bueno. A la hora de discernir, será bueno fijarnos en los frutos. No sería bueno caer en la tentación del fariseísmo, que es el trabajo por aparecer cumplidores de la ley con gestos externos que parecen denotar ese cumplimiento y santidad del que los hace. Vestirse de sayal penitencial, dar limosna tocando trompetas, etc.

Esa tentación es permanente. Hablar de frutos buenos no es hablar de apariencias. El fruto se percibe que es bueno cuando se cata y no solo por su color o apariencia. La persona cuando muestra sus obras, si son buenas, se las percibe en cuento que es la persona misma la que se entrega en esa obra o servicio. Esa obra buena nace de un corazón bueno. La primacía está en el corazón, de cuya abundancia habla la boca y las buenas obras que ejecuta esa persona. Ese estar atento a las necesidades de mi prójimo en casa y fuera de casa; ese estar al lado de los que sufren o ejercer misericordia con los necesitados de todo tipo; ese saber estar y no discutir por tonterías, por ver quién es el primero o mayor entre los iguales.

Aprovechando la imagen, sería bueno mirar en nuestro entorno y ver el contenido de nuestras conversaciones entre amigos, comunidad, familia, lugar de trabajo o en otras circunstancias. Propongo temas y pongámosle puntos. Dinero y sueldos, paro y desempleo, médicos y enfermedades, coches, loterías y bingos, viajes, política, economía, divorcios y amoríos, deportes y sucesos, valores humanos, solidaridad, convivencia, honestidad, fe, religión en positivo, experiencia religiosa, oración, Dios.

Estoy seguro que si ponemos bien el termómetro, nos marca números rojos en los últimos capítulos del elenco. Y, sin quizás, tendrían que ser los primeros o los más intensos o los que deberían ser pilares de nuestra vida.

1ª Corintios 15, 54-58 (segunda lectura de hoy) podría servirnos de prueba del algodón para ver cuáles son nuestros intereses de verdad. Pablo marca la importancia de la resurrección de Jesús y de la resurrección de los muertos como nuestra gran esperanza. Precisamente esa realidad de victoria sobre la muerte es la que le hace a él vivir sin miedo a entregar su vida por el Evangelio. Demos gracias a Dios porque la muerte ha sido absorbida en la victoria y su aguijón ha perdido todo su efecto demoledor.

Pronto, el miércoles, vamos a empezar la Cuaresma. Es un buen momento para profundizar y analizar las raíces de nuestro corazón y verificar qué es lo que abunda en él.

Gonzalo Arnaiz Alvarez scj
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