No tentarás al Señor tu Dios

homilía

No tentarás al Señor tu Dios

Con la celebración del Miércoles de Ceniza hemos iniciado nuestro camino cuaresmal hacia la Pascua. Los domingos son como oasis en medio del tiempo cuaresmal, a la vez que nos van marcando un ritmo de conversión personal y colectiva que nos lleve renovados a la gran celebración del triunfo de la vida sobre la muerte en Cristo resucitado.

La primera lectura de este domingo (Deut. 26, 4-10) habla de la ofrenda de las primicias de los frutos de la tierra que todo padre de familia debía hacer cada año en memoria del regalo que de Dios habían recibido después de la liberación de Egipto: una tierra que mana leche y miel. La fórmula de la ofrenda es en realidad un credo que narra la historia de salvación de Dos con su pueblo Israel. Un credo que formatea las entretelas del buen creyente que culmina con la ofrenda de primicias agradeciendo con este acto que el Señor ha estado grande con ellos antes, en los tiempos remotos de Moisés, y ahora en la actualidad cuando Dios riega con sus dones el campo y las cosechas.

El israelita creyente no olvida que todas las cosas son Don de Dios y que Él es el primer actor en la historia, haciendo de ella una permanente historia de salvación. Evidentemente que no olvida que también es tarea del hombre el trabajo y el cuidado del campo; pero no olvida nunca que es lugarteniente de Dios en la tierra y que por lo tanto el Don va unido a la tarea de ser creador de la mano de Dios.

El pecado de Israel (y de todos) es olvidarse de Dios, excluirlo de esta historia y creer que Dios lo elige por ser el mejor entre los pueblos para terminar creyéndose el único autor de la historia. Todo lo hace por su fuerza y valentía. En definitiva creerse que solo él es el autor de su vida. Soy lo que soy por mi fuerza; porque me lo merezco. Los demás tienen poco que ver y mucho menos Dios. Este es el gran pecado del mundo de hoy.

La segunda lectura de Pablo a los Romanos (10, 8-13) proclama el credo básico de la fe cristiana: “Jesús es el Señor”. Y lo es porque el Padre lo ha resucitado de entre los muertos. Jesús, el Señor, Vive. Pablo da el título de “Señor” a Jesús. Un título reservado solo a Dios en el A.T. Es el núcleo del Evangelio de la Gracia anunciado por Pablo. Aceptar a Jesús, en la fe, es aceptar como norte de mi vida, o como quicio de mi vida a Jesús. Quiero seguir sus pasos, quiero ser su discípulo porque con él ha llegado la luz y la salvación a mi vida.

Proclamar a Jesús como único Señor en mi vida, significa que no existen otros “señores· a los que deba someterme. Otros “señores” que esclavizan y enferman tu libertad. Solo Jesús libera del pecado y de la muerte porque su señorío lo es desde la cruz, lo es desde el servicio. Es bueno tener presente esto desde el inicio de la Cuaresma.

El Evangelio de Lucas (4, 1-13) nos cuenta las tentaciones de Jesús en el desierto.

Podemos ver que quien lleva al desierto a Jesús es el mismo Espíritu que descendió sobre él en el Jordán. Si el Espíritu introduce a Jesús y lo lleva por el desierto mientras es tentado, quiere decir que la tentación va incluida en el caminar por el desierto o en el caminar por la vida. Los israelitas en su travesía por el desierto encuentran las mismas tentaciones de Jesús. Nosotros a lo largo de nuestra vida encontramos las mismas tentaciones.

Creo que hemos de dejar claro que la “tentación” nace de la posibilidad de elegir en libertad entre varias opciones. Solo el ser libre encuentra esa posibilidad. Puede hacer el camino aceptando al “Señor” como guía de su vida o puede hacerlo proclamando “señor” de su vida a otros “ídolos” o falsos dioses. No hay otra alternativa. Jesús nos enseña cuál es la mejor forma de elegir si realmente queremos que nuestro camino nos lleve a buen término; es decir a la salvación de la persona, de la comunidad, del mundo, de la historia.

Si queremos provocar un antigénesis o la destrucción de toda la realidad y no mantener ninguna cosa en su valer, entonces el mejor camino es alejarse de lo indicado por Jesús.

Las tres tentaciones de Jesús, de Israel, de todos nosotros giran en torno al “poder”, al “poseer o tener”, al “placer”. En esos sacos pueden meterse todas las tentaciones o posibles opciones que nos lleven al descarrilamiento de nuestra vida.

Israel cayó en todas ellas a lo largo de su avanzar por el desierto. Israel dudó de la presencia de Dios en medio de ellos. Volver a Egipto fue en muchas ocasiones su gran tentación.

Jesús, dejándose llevar por el Espíritu, no se sale del camino de obediencia absoluta al Padre. Para ello, como manual de discernimiento utiliza la Palabra de Dios. De ella va sacándolas alternativas de su vida.

“No solo de pan vive el hombre”. Vivir de la Palabra de Dios es el mejor pan, el mejor alimento. Jesús no está a favor del hambre, pero la mejor forma de salir de ese problema no será el “milagro” sino la solidaridad. Dios provee siempre.

“Al Señor tu Dios adorarás y a él solo darás culto”. No puedo postrarme ante “don dinero” o a “doña avaricia”, o a “don prepotente”.  Solo Dios es “Señor”. Solo a él le reconozco como “Señor” de mi vida. Un “Señor” que ha ido por delante en todo momento y que me ha amado el primero. Soy porque él me ha amado y sigo siendo porque él me ama. Y porque me ama quiere lo mejor para mí; porque me ama, me ha regalado a su Hijo para que tenga vida abundante. Un Dios para el que “amar” es “servir” y entregarse como don plenamente.

“No tentarás al Señor, tu Dios”. Su tercera respuesta vuelve a ratificar el señorío de Dios en su vida. Poner a Dios a prueba es algo que lo tenemos interiorizado bastante. Tantas veces estamos tentados de no creer en Dios porque no me ha dado tal favor que le he solicitado, o porque en el mundo en que vivimos nos encontramos ante unas dosis de dolor muy grandes y nos preguntamos ¿dónde está Dios? El silencio de Dios provoca nuestra duda y nuestro rechazo.

Jesús nos invita a no sustituir a Dios por nuestros principios y valencias. Nos invita a dejar a Dios ser Dios. Su silencio significa mucho más de respeto que de otra cosa. Su silencio se romperá en muchas ocasiones reivindicando la justicia para con los pobres y los oprimidos. Tarea del hombre creyente es obrar liberación en tantos campos apoyados en el Dios que salva.

Recemos para que el Señor no nos deje caer en la tentación. Optemos por “Jesús, Señor”.

Gonzalo Arnaiz Alvarez scj
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