Natividad de San Juan Bautista

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Natividad de San Juan Bautista

El día de la Encarnación (25 de marzo) supimos de boca del Arcángel Gabriel que Isabel, la prima de María, estaba embarazada de 6 meses. Hoy se cumplen los nueve meses y llega el nacimiento de su hijo: Juan, el Bautista. Así lo conocemos por aquello de que bautizaba en el Jordán un bautismo de conversión, pero quizás el apellido que mejor le cuadre es el de “precursor”, o “el que prepara los caminos del Señor”.

La lectura de Isaías 49, 1-9 la leemos como referida a Juan. “Estaba yo en el vientre de mi madre y el Señor me llamó”. Esto se puede aplicar a todos nosotros, pero de una forma muy literal no cabe duda que acierta de lleno con Juan. Juan baila en el seno materno cuando es contagiado por el Espíritu de aquel que era portado en el seno materno de María.  La misión de Juan no será fácil: restablecer las tribus de Jacob.

El Evangelio de Lucas 1, 57-80 narra el acontecimiento del nacimiento de Juan, que es lo que hoy celebramos. Es el día del cumpleaños de Juan Bautista.

El nacimiento de este niño se celebra por parte de parientes y vecinos como un gran regalo dado por Dios a esa familia de ancianos. Juan es el fruto que llega en la vejez; un fruto deseado y rezado muchas veces y por mucho tiempo y que finalmente llega. La que se tenía por estéril se convierte en “parra fecunda”. Al niño recién nacido se le ve como obra y gracia del Dios de la misericordia. De hecho el texto dice: “el Señor le había hecho una gran misericordia” a Isabel y a Zacarías. Tan es así que este será el nombre del niño: Juan, o sea, Dios es misericordioso.  Dios escucha la voz de los humildes y de los pobres. Dios pone su corazón a latir al lado de aquellos que se fían de Él. Dios se abaja para levantar. Zacarías es iluminado por el Espíritu Santo y nos proclama este cántico de bendición que encierra en sí el contenido de la vida y misión de Juan Bautista:

Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo,

suscitándonos una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo,

según lo había predicho desde antiguo por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian;

realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres, recordando su santa alianza

y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.

Para concedernos que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos,

le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto,

para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte,

para guiar nuestros pasos por el camino de la paz.

 

Este cántico se hace oración matutina en todos aquellos que rezan las Laudes. Es una oración o cántico que deberíamos memorizar cada uno de los creyentes como una oración  de nuestro léxico oracional habitual.

Lo intuido y profetizado por Zacarías se hace realidad y carne en la historia de Juan.  Un hombre que se dejó guiar por el Espíritu y supo llegar hasta donde pudo llegar para cumplir su misión. Pablo (Hechos 13, 22-26) nos dice que predicó a todo Israel un bautismo de conversión. Su predicación tuvo un éxito relativo. Movió a mucha gente. Movió también el corazón de Jesús que lo escuchó y se introdujo en el Jordán para recibir el bautismo de Juan. Era el momento del “cruce de caminos” donde el pre-cursor va a dejar pasar adelante a aquel que venía detrás de él y del que no era digno de desatar las sandalias.  La grandeza de Juan está en saber menguar cuando es otro el que tiene que crecer, el que debe ir delante, el que abre caminos de salvación. Juan pasara por su “noche oscura” al ver que los derroteros que Jesús seguía no eran los que él había previsto. Por eso preguntará a Jesús, por medio de sus discípulos, si era él (Jesús) en verdad el Mesías, o si tenían que esperar a otro. La respuesta de Jesús fue que le dijesen a Juan, que los ciegos veían y que a los pobres se les anunciaba la buena noticia. Juan llegó hasta ahí. No pudo hacerse seguidor de Jesús porque le cortaron la trama de su vida cortándole la cabeza. Pero justamente hasta ahí llevo su fidelidad a la misión encomendada a él como persona. Fue el mayor de los nacidos de mujer. Un gran profeta. El último de los profetas. El precursor. El que señala la llegada del Mesías y el que lo presenta ante sus discípulos invitándoles a seguirle.

Hoy nos toca a todos vivir y participar de la misión de Juan. Ser “juanes”. Ser hombres que reflejen el amor misericordioso de Dios. Y desde ahí llevar adelante la evangelización de nuestro mundo. Un mundo donde no está de moda creer en Jesús ni tan siquiera un mundo que busque salvación. Parece un mundo perfectamente instalado en la increencia y en la suficiencia de los límites de un universo finito y caduco. Hacen falta indicadores de que es necesario ir “más allá” porque si no ésta nuestra realidad se nos queda muy chata, desesperanzada y oscura. Jesús es la luz que ilumina este mundo, que lo puede calentar, iluminar y romper sus límites. Él es el gran libertador de toda la humanidad haciendo que toda esta realidad tan querida por nosotros valga para algo más que escenario de un azar. Somos fruto de un Amor siempre misericordioso. Somos fruto de una vocación o una llamada de Dios, que no es indiferente ante ninguno de nosotros, y que nos espera más allá de los límites del espacio y del tiempo para abrazarnos y poder entrar así en la casa definitiva del Padre y vivir por siempre en la gran familia de los hijos de Dios.

Gonzalo Arnaiz Alvarez scj
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