SEÑOR, AUMÉNTANOS LA FE.

SEÑOR, AUMÉNTANOS LA FE.

El evangelio de hoy (Lucas 17, 5-10) empieza con esta petición por parte de los apóstoles: Señor, auméntanos la fe. Son los “apóstoles”, los “enviados a ser testigos y anunciar el Reino de Dios”, los que piden ese aumento de fe. Da la impresión de que no las tenían todas consigo. Y Jesús les responde con el ejemplo del grano de mostaza. Una semilla casi microscópica. Parece que quiere decirles que la fe no es cuestión de cantidad sino de calidad. O parece decirles que la fe se tiene o no se tiene. Digamos que es como la vida; o se tiene o no se tiene. Y es que la fe es Vida, la fe es encuentro, la fe es diálogo, la fe es confianza, la fe es fidelidad. Muchas veces cuando hablamos de fe pensamos en “contenidos”, en conceptos, en conocimientos, en dogmas. Y hemos definido la fe como “creer lo que no vemos”. Y la hemos liado. Nos quedamos con las hojas del rábano. Ciertamente en la fe entran los “credos”, pero lo más importante no es lo que creemos sino en quién creemos. La fe se da entre personas que se encuentran, se conocen, se aceptan y empieza a haber entre ellas una circularidad virtuosa de amor, confianza, entrega, fidelidad. Esa circularidad enmaraña a las personas, las ensambla y hace que por ellas circule la misma vida y esta vida crezca y se afiance continuamente.

Tratándose de Dios, la fe es ante todo encuentro con Dios. Dios que es Alguien y no algo. Dios que es Persona (en nuestro caso Trinidad). Es Dios el que sale a nuestro encuentro y quiere dialogar y mostrar su amor hacia nosotros. Y eso lo hace a través de su Palabra, pero sobre todo a través de su Hijo encarnado, Palabra encarnada. Por nuestra parte está el dejarse alcanzar por Dios; el abrirse a Él y dejar que nos invada y posea. Por nuestra parte está el responder con fidelidad a la Fidelidad de Dios hacia nosotros.

La fe ¿nos da seguridades o nos da seguridad?

El sabernos abrazados por Dios y abrazados a Dios no nos saca de las turbulencias de este mundo. No nos aparta de la historia de nuestros hermanos los hombres. Caminamos juntos en este “valle de lágrimas” o en este mundo donde las turbulencias del mal y del maligno persisten y a veces con qué rigor. La fe nos asegura que nadie nos puede separar del Amor de Dios manifestado en Cristo Jesús. El Libro de Habacub 1 y 2 nos pinta la historia desgarradora del hombre creyente que clama a Dios, que parece sordo. Esta “sordera” de Dios la traemos a colación muchas veces. Por nuestro mundo cruzan las guerras crueles donde las haya como las de UCRANIA y similares. Por nuestro mundo cruzan terremotos, huracanes, enfermedades varias, como el coronavirus y muertes sin sentido. Y clamamos a Dios. La respuesta de Habacub es que “El justo vivirá por su fe”. En estos momentos de oscuridad ante la tremenda incertidumbre de la amenaza de una guerra “nuclear” que significa devastación sin término, no cabe otra que seguir fiándonos de Dios que encamina esta nuestra historia hacia la Vida y la Salvación. La fe es una luz en medio de las oscuridades de la vida y de la historia. La fe es seguridad contra viento y marea, pero no te ahorra ni el viento ni la marea. Ponemos nuestra confianza en Dios, que tiene la última palabra. Nuestras penúltimas palabras pueden ser de destrucción y muerte incluso a nivel planetario. Pero Dios ha vencido a la muerte y la muerte será aniquilada. Su aguijón ya ha sido desvirtuado. Cristo es la primicia de la victoria sobre la muerte; sobre toda muerte. Él es nuestro seguro y nuestra esperanza.

De todas formas, en el caminar de la fe no siempre hay tormentas. Yo creo que se dan también tiempos de bonanza y de gozo. Y estos tiempos también hay que disfrutarlos. De esto hablamos en tantas otras ocasiones. Quiero decir que la fe no nos hace esclavos sino libres e hijos de Dios.

La segunda parte del evangelio que termina con eso de “Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer” a mí me despista. Jesús maneja unos conceptos de siervo y amo que no corresponden con los parámetros de su evangelio. Nos ha dicho que no nos llama siervos sino amigos. Nos ha dicho que somos hijos y hermanos. Nos ha dicho que Dios no es Amo sino Padre. Aquí parece que maneja una cierta ironía porque está marcando el comportamiento farisaico. El no tan dichoso “Cumplir para ganar”. No se puede ser creyente para hacer que Dios nos sea favorable. No podemos ser creyentes solo para ganar el cielo. Las obras de la fe, si no son obras que nacen justamente de la fe, es decir del amor recibido desde Dios y que son obras según Dios, entonces esas obras son inútiles. No sirven para nada. Esas obras no nos salvan de nada y mucho menos nos consiguen el cielo.  Las obras de la fe nacen de un corazón de “hijos” que secundan la voluntad del Padre. Estamos en la casa del Padre como hijos y no como siervos. Recordemos lo dicho con ocasión de la parábola del “hijo pródigo”. Mantener la relación filial no es fácil ni cómodo. Vivir de la fe es vivir al estilo de Abraham, en permanente salida, dispuesto a arriesgar cada día y remar “mar adentro”. San Pablo a Timoteo le habla claro. No tenemos delante un camino de rosas, sino que hemos de tomar parte en los duros trabajos del evangelio y no tener miedo a dar la cara por nuestro Señor. No avergonzarnos de aquello que creemos. Caminamos de la mano de Dios-Padre y vivimos anclados en su Amor. Hemos de vivir con fe y amor cristiano con la ayuda del Espíritu Santo que se nos ha dado y se nos sigue dando.

No podemos olvidar que Dios nos es favorable siempre y que no necesita ser “comprado”.

¡Auméntanos la fe! En los tiempos que corren nuestra fe es flaca. Estamos en un mundo donde el ateísmo y el agnosticismo crece y campea. Parece haber ganado la batalla al mundo creyente. Y muchos estamos asustados y tentados para pasarnos de bando. Seamos valientes y oremos. La oración supone abrirse a Dios y volver a fiarnos de Él. Hagamos esta sencilla oración repetidamente y notaremos que se caldea nuestra fe.

 

SEÑOR, AUMÉNTANOS LA FE.

Gonzalo Arnaiz Alvarez scj
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