TIEMPO DE LA IGLESIA

TIEMPO DE LA IGLESIA

En el calendario litúrgico estamos en el penúltimo domingo del año. En el último domingo (el próximo) se celebra la solemnidad de Cristo Rey del Universo. Por eso, en la práctica, este domingo 33 hace de último domingo y por eso nos invita a pensar en las postrimerías o ultimidades. Un tema que será tomado también por los primeros domingos de adviento.

El capítulo 21 del evangelio de San Lucas suena “tremendo”. Uno se queda sin palabras porque ahí parece tratarse solo de persecuciones, asedios, catástrofes, guerras, terremotos y oscurecimientos de los astros y su apagón. ¿Dónde está aquí la buena noticia? ¿No será mejor pasar de hoja y hacer como si nunca se hubiera escrito como referido a Jesús? La verdad es que dan ganas, pero probablemente traicionaríamos parte nuclear del evangelio y lo devaluaríamos reduciéndolo a un panorama de “rosas” que no es real ni lleva a ningún sitio.

Intentaremos hacer camino sobre esta selva de datos que se nos dan para entrever el mensaje de Jesús para nosotros en estos nuestros días.

¿Pretenderá Jesús meternos miedo o quizás quiera invitarnos a estar serenos y a vivir con madurez las adversidades que cruzamos por la vida?

El evangelista Lucas escribe su evangelio y por tanto su capítulo 21, en los años 70, cuando Jerusalén había sido arrasada por Vespasiano. El ejército romano a la hora de arrasar o aplanar no se andaba con chiquitas. La ciudad y la vida de sus alrededores quedaba totalmente esquilmada. Ese acontecimiento supuso para los judíos y las primeras comunidades cristianas que crecían en Jerusalén, un auténtico desnortamiento. La Ciudad de David y el Templo de Salomón, destruidos… para siempre. Los supervivientes de la catástrofe tuvieron que ponerse “en salida” forzada. Un nuevo éxodo hacia la intemperie.

Lucas, escribe a estas comunidades ciertamente para darles ánimos y fortalecerles en la fe. No niega nada de lo que está sucediendo o por suceder, pero en medio de todo ese tinglado encontrará motivos para la esperanza. Y los encuentra recordando palabras de Jesús en los momentos que precedieron su particular “entrega y destrucción con la pasión y muerte”.

Hoy diríamos que san Lucas hace una lectura de la historia desde tres tiempos o niveles: el tiempo de Jesus, el tiempo que están viviendo sus comunidades y el tiempo último o “El día del Señor”.

El “tiempo de Jesús” será la clave par dar luz y esperanza al “segundo tiempo” que se abre y transcurre hasta el tiempo final o “Día del Señor” que culmina la historia y empieza un “nuevo tiempo”. En Jesús se viven sintetizados los 3 tiempos. Persecuciones, muerte y Resurrección.

Jesús habla desde su tiempo y desde su experiencia vital. Constata a lo largo de su vida que no todo el monte es orégano. Que en su casa había estrecheces, que en la vida había que trabajar duro y con pocas garantías. Que los truhanes solían prosperar y que las autoridades más que buscar la justicia y el derecho proclamado por Dios, se dedicaban a medrar ellos y sus secuaces a costa de los demás. Y de estos “males”, no estaban libres los “piadosos” y menos todavía la casta sacerdotal en sus altas esferas. La Ley, el Sábado y el Templo les servían como pretexto para garantizar su “buena vida”, sus posesiones y privilegios. Los demás eran “carne de cañón” (aunque no estuviera inventado el cañón).

Jesús trata de poner “orden” en este conglomerado y eso supone una fidelidad exquisita a la Voluntad de Dios y un estar dispuesto no a medrar sino a decrecer, a perder la vida. Y eso es lo que le sucede. No le creen o no quieren creerle y prefieren apartarle de su camino. Ya vendrá otro profeta que les de gusto a sus principios y costumbres. Éste es un cantamañanas que incomoda e intenta la conversión de las personas para que vivan realmente la libertad de los hijos de Dios.  Y ahí tenemos a Jesús anunciando que el Templo será destruido, porque el verdadero templo de Dios es el hombre, cada hombre, todo hombre y mujer. Es ahí donde hay que adorar a Dios construyendo la fraternidad desde la justicia y el amor fraterno. El final de la historia de Jesús, lo sabemos. Condenado como un malhechor. La cruz. Pero la última palabra la tiene el Padre-Dios. Lo rescata de la muerte. Cristo resucita de entre los muertos y vence a la muerte. Cristo derriba el muro de aniquilación que pende sobre todos nosotros y abre la historia, nuestra historia,  nuestras vidas a la gran esperanza. La última palabra no la tiene la devastación.

Por eso, “el segundo tiempo” que se da entre la muerte de Jesús y su “Venida”, será el tiempo de la IGLESIA, para Lucas. Un tiempo donde se dan y se seguirán dando, desequilibrios, aniquilación de civilizaciones, de ciudades, de personas, muertes injustificadas (si es que hay alguna que pueda justificarse), padecimientos, enfermedades, persecuciones. Todas estas cosas, están ahí. Pero en medio de todas estas cosas, que son ciertas y terribles, estoy “YO, que os daré una elocuencia y sabiduría a la que no podrán resistir vuestros adversarios”. Jesús utiliza el YO para decirnos que está en comunión con el Espíritu y el Padre que son los verdaderos protagonistas de la historia, y que por lo tanto no puede naufragar en un fracaso rotundo. Con mano fuerte llevan esta historia hacia la plenitud que acontecerá justamente en el “Ultimo día” o en el “Día del Señor”. Por eso no perecerá ni un cabello de vuestra cabeza. “Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”.

Una clara invitación a la perseverancia, a la constancia, a no perder el norte, a no tener miedo y a seguir tras los pasos de Cristo, unidos a Él y de su mano hacia el gran día en que lo será Todo en Todos.

Los cristianos estamos llamados a ser referentes de Esperanza en este mundo. Pero lo hemos de ser viviendo cabalmente y con normalidad el mandamiento del Amor, o los mandamientos del Reino. Y vivir así traerá incomodidad y persecución. A veces será dramática como en los lugares del mundo donde hay guerras, persecución, cárceles y mártires por causa de la fe. También hay lugares donde la situación política y social está llevando a las personas al límite del aguante físico y moral. En estos lugares hay que seguir diciendo: ánimo, levantad vuestra cabeza, llega vuestra liberación.

 

  1. Gonzalo Arnáiz Álvarez, scj.

 

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