VEN, ESÍRITU SANTO

VEN, ESÍRITU SANTO

Cumplimos hoy los cincuenta días de Pascua. Celebramos los frutos de la Pascua o lo que la Pascua conlleva para todos y cada uno de nosotros. La Pascua no es solo cosa de Jesucristo; o del Padre y del Hijo; ni tan siquiera del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. La Pascua llega hasta nosotros y nos involucra radicalmente. Si nosotros no fuéramos parte integrante de la Pascua, ésta quedaría reducida a un alarde fatuo de la divinidad. Sería un sinsentido o a lo más un autobombo divino.  Pero Jesucristo es NUESTRA PASCUA INMOLADA y por lo tanto “su pascua”, es “nuestra pascua”. Evidentemente que lo es por GRACIA porque toda la historia de la Salvación, que se inicia en la misma creación, es obra de la GRACIA de DIOS. Dios es “Gracia”, Dios es Amor y por lo tanto todo lo que hace, lo es por amor gratuito y nunca obra por obligación o necesidad.

La Palabra de Dios proclamada hoy trata de hacernos ver el cómo la salvación de Dios ofrecida en Cristo nos llega a nosotros y cómo nos afecta. Son tres lecturas y cada una a su modo nos habla de este misterio de participación o enrolamiento de nuestra vida en la vida de la Trinidad.

El evangelio es de Juan 20, 19-23. De los tres, es el texto más “nuevo” o reciente y también el más hermoso y radical. Sitúa la acción en el mismo día de la Resurrección, por la tarde-noche. Ya hemos dicho otras veces que Juan condensa en el día de pascua, el primero de la semana, todo el contenido salvífico del acontecimiento pascual. Por lo tanto estamos en un día, que ya no tiene ocaso y que dura siempre. Estamos en el HOY de Dios que permanece abierto siempre y no tendrá ocaso nunca. Esto ya es una gran noticia y un acontecimiento salvífico. Estamos en un nuevo día de una nueva creación.

Y Juan reflexiona desde esta novedad. Jesús se aparece por iniciativa propia en medio de sus discípulos. Unos discípulos que estaban llenos de miedo y vivían en oscuridad (noche). Y la noche se hace día y el miedo desaparece con la presencia del resucitado. El resucitado les ofrece la PAZ y cambian sus perspectivas. Se llenan de una inmensa alegría. Estamos viendo un primer paso en una nueva creación. Recuerden que el primer acto creador de Dios (Génesis 1 y 2) es poner orden en medio de un caos y en el primer día crear la luz que vence a las tinieblas. Ahora, en este nuevo “primer día” es Cristo el que pone orden (PAZ); es la luz sin ocaso, y crea la realidad del discipulado (comunidad-iglesia). Jesús es el centro que irradia luz y vida que invade y penetra a sus discípulos. (Fíjense que no dice “apóstoles” sino discípulos; es decir todos los creyentes). Nosotros somos contados entre esos discípulos a los que nos llega su radiación de luz y vida si creemos en él y es el centro de nuestra vida y de nuestras vidas. No somos cada uno por nuestra cuenta sino que somos una realidad asociada. Somos comunidad; somos un “nosotros” cuyo centro es Cristo que forma parte de ese “nosotros”.

Y Jesús continúa su obra creadora o re-creadora. Exhala su aliento sobre ellos y les dice: “recibid el ESPIRITU SANTO”. En el Génesis, cuando Dios crea el hombre exhala sobre él su Espíritu y hace que el barro se convierta en viviente. Dios le comunica su “respiro”, su hálito de vida y le hace su imagen. Ahora es Jesús resucitado el que exhala su Espíritu y nos hace partícipes de su misma vida.

Aquí es donde se realiza la secuencia “mágica” y donde se cierra el círculo virtuoso de la obra salvadora. El Padre envía al Hijo; y el Hijo, dándonos su Espíritu, que recibe del Padre, nos envía a nosotros para hacer las mismas obras que él hace: perdonar pecados; ser pacificadores. El nexo entre el Padre y el Hijo es el Espíritu Santo. El nexo entre el Hijo y nosotros es el Espíritu Santo. Un Espíritu que nos hace hijos en el Hijo, nos une al Padre y nos capacita para ser obradores de paz en este mundo. Los discípulos de Jesús en comunidad-iglesia nacida hoy por el don del Espíritu somos los portadores de Dios, los otros cristos que tenemos por misión pacificar el mundo o hacer que crezca el Reinado de Dios. Contamos con el mismo Espíritu de Jesús que se nos entrega hoy para constituirnos en testigos. Una locura de amor que hemos de agradecer, festejar y a la vez llevar adelante con coherencia de vida.

La lectura de los Hechos de los Apóstoles (2, 1-11) narra el acontecimiento de Pentecostés, poniéndolo justamente en el día 50 después de Pascua. También aquí San Lucas mira a los orígenes de la creación y a los orígenes de la Alianza del Sinaí. Narra el acontecimiento de Pentecostés como si sucediera una teofanía de Dios, parecida a la de Moisés, donde se nos dará una nueva Ley y una nueva Alianza sellada en Cristo. Narra el acontecimiento de Pentecostés como un anti-Babel. En Babel ocurrió la confusión de lenguas y la dispersión; en Pentecostés ocurre la comunicación plena y la conjunción de diversos pueblos de todo el mundo sobre los que se derrama el Espíritu Santo. De nuevo el Espíritu Santo acontece y crea comunidad, abre las puertas, derriba todas las fronteras y surge la comunión en el amor. El Espíritu, como don de Dios, es derramado sobre toda carne y ya no habrá fronteras de colores, razas o creencias. Todos invitados a abrirse a los dones del Espíritu y a constituir la comunidad-iglesia, la comunidad de convocados por Dios para tomar parte de su Reino.

San Pablo, en 1 Corintios 12, 3-13, afirma sin paliativos que nadie puede decir o reconocer a Jesús como Señor si no es por obra del Espíritu Santo. Es el Espíritu el que abre nuestra mente y corazón, el que penetra hasta el hondón de nuestra alma para hacernos sentir, vivir y vibrar por Jesucristo resucitado. Es el Espíritu el que hace presente en el HOY de Dios la presencia del Resucitado en medio de nosotros.

Y esta presencia del resucitado, por el Espíritu, se encarna en los diversos carismas que florecen en cada uno de nosotros para el servicio de la comunidad, para el servicio de los demás. No hay carismas de gradación que hagan a unos más nobles que a otros. Todos somos iguales porque todos bebemos del mismo Espíritu. Somos miembros del mismo cuerpo de Cristo. Tenemos diversas funciones y diversos carismas, pero todos son dados para beneficio del todo, de la comunidad, de la iglesia, del cuerpo de Cristo. Nadie es más que nadie. Los dones que hemos recibido los tenemos para ponerlos al servicio de los demás y no para quedárnoslos en el bolsillo. Podemos decir bien alto que tenemos UN SOLO SEÑOR, UNA SOLA FE, UN SOLO BAUTISMO, UN SOLO DIOS Y PADRE. Todos hermanos e iguales en Cristo Jesús, por el Espíritu Santo que se nos ha dado.

Felicidades a todos por culminar bien la celebración pascual haciendo memoria del gran DON de Dios que hoy y siempre recibimos: EL ESPIRITU SANTO. Buena PENTECOSTÉS.

Gonzalo Arnaiz Álvarez, scj.

 

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