“AQUÍ ESTOY”

“AQUÍ ESTOY”

La lectura de Isaías es un paradigma de vocación por parte de Dios. Isaías está predispuesto. Es un hombre con una experiencia de oración profunda y una actitud de búsqueda de Dios. Está en el Templo o casa de Dios.

Dios tiene la iniciativa. Se le presenta al modo y manera en que él pudiera captarle. Una teofanía clara y distinta de las del A.T. Isaías ante la cercanía de Dios teme por su vida. Y se siente indigno de participar en esa presencia envuelto por la gloria de Dios. El ángel le toca con fuego sus labios y queda purificado y dignificado. Entra en la esfera de Dios, de alguna forma “divinizado” por ese Dios.

Al leer este pasaje, me ha venido a la mente nuestro Bautismo. Con el fuego del Espíritu hemos sido purificados, dignificados, hechos hijos de Dios, partícipes de la naturaleza divina. Es algo grande. Dios, con su presencia, no destruye, sino que abraza e incorpora a su misma vida. Nos hace dignos, perdonando, sanando y cualificándonos con la vida del Espíritu Santo. Uno se siente, pequeño, admirado y agradecido ante tanta magnificencia por parte de Dios para con nosotros.

Dios “llama” y nos busca PARA enviarnos: ¿A quién enviaré? ¿Quién irá por mí? En las preguntas hay un deseo, una invitación y una especie de “impotencia”. Dios necesita de nosotros para que realicemos su presencia en medio de este mundo.

La respuesta de Isaías es clara: AQUÍ ESTOY. Mándame.

Es la respuesta agradecida de aquel que se ha descubierto “lleno de la gracia de Dios”. Y la respuesta no es por miedo, obligación, interés o necesidad. Es simplemente una respuesta del amor al Amor. Es tan grande el don recibido que mi respuesta no puede ser otra que la devolución agradecida de ese don. Amor, con amor se paga. Si Dios se me entrega totalmente a mí, entonces, yo quiero entregare a Él en la misma medida y a fondo perdido. Pongo toda mi vida en las manos de Dios. Si Él es el hacedor de esa vida, en sus manos es donde mejor está.

San Pablo, en su carta a los Corintios, nos habla de su experiencia vocacional o experiencia fundante en la Gracia. En primer lugar, nos refiere el evangelio proclamado que se nos trasmite en forma de “credo”: Cristo murió, resucitó al tercer día y se apareció a los 12 y finalmente a Pablo. Pablo no merece esta distinción. Era perseguidor de Jesús, pero era buscador de la Verdad. Y esta Verdad la encuentra y se impone. Por Gracia, Pablo es lo que es. De perseguidor se vuelve en Apóstol y testigo mayor del Resucitado. Cristo “toca” a Pablo y hace de él un hombre nuevo. Otro “cristo”. Y Pablo, tocado por la Gracia, trabaja denodadamente por el evangelio, desde la misma gracia o gratuidad. Entrega toda su persona al servicio de Jesús y su evangelio. Todo lo tiene por “pérdida”. Su mayor y única ganancia es Cristo. Por él vive y por él muere.

El evangelio de Lucas nos sitúa en el momento vocacional de Pedro, Santiago y Juan. También por allí andaría Andrés.

La situación propicia la da el hecho de que la gente se agolpaba alrededor de Jesús para ESCUCHAR la Palabra de Dios. Existe una actitud de búsqueda. Hay que ponerse “a tiro”. Tener un corazón dispuesto a dejarse sorprender. Pedro, Juan, Santiago son de los que quieren escuchar la Palabra y se sienten muy honrados cuando les pide ayuda con sus barcas. Después vendrá un diálogo más profundo y específico con ellos. “Rema mar adentro”, le dice Jesús a Pedro que no entiende, pero se fía y hace lo que le manda Jesús. Y se lleva la sorpresa de la pesca abundante. Increíble. Imposible a esas horas del día tener una pesca semejante. Y aconteció. Y Pedro siente la presencia de alguien transcendente en medio de ellos y descubre o intuye un Jesús que era “Maestro” y empieza a ser “Señor”. Todo un cambio de percepción y un cambio de opción y de vida. Jesús les invita a ser “pescadores de hombres” y ellos dejando todos sus aperos de pescadores, le siguen a donde quiera que vaya.

La Palabra de Dios nos centra en el tema VOCACIONAL en nuestro tiempo. Una vocación específica de servicio y entrega al servicio del Evangelio en los términos que fija el evangelio: “Dejándolo todo, le siguieron”. Es una llamada propia y específica. Hablemos de las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa. Hoy, en nuestra iglesia católica europea hay un declive vocacional alarmante. No hay recambio generacional. Son muy pocos los jóvenes que se animan a desarrollar una vocación sacerdotal o de vida consagrada. ¿Qué sucede? Ciertamente que se ha ido creando una cultura en la que determinados valores como los propuestos por Jesús suenan a música celestial. Hablar de pobreza, de humildad, de pasar hambre, de mansedumbre, de obediencia, de conversión… no parece atraer.

Pero, por otra parte, no podemos afirmar que nuestros jóvenes estén marchitos o sean insensibles a todo. No es verdad. Ante determinadas desgracias se movilizan y muchos están dispuestos a ofrecer parte de su tiempo en distintas ONG que tratan de frenar situaciones injustas o catastróficas en nuestro tiempo. Creo que la “Fibra” de Dios, su señuelo anda por los entresijos de todos y cada uno de nosotros.

Lo que pasa es que para escuchar a Dios hay que ponerse “a tiro” y esto conlleva un trabajo y una vivencia eclesial-comunitaria en el caso de hacer la oferta vocacional. Vivencia que empieza por la familia, iglesia doméstica, y continúa por la comunidad mayor que es la parroquia. Allí donde la Palabra de Dios es acogida y celebrada en comunidad, se crea el humus necesario para que surjan las vocaciones. Lo estamos viendo en determinadas comunidades eclesiales donde esto acontece. Se afirma claramente la existencia de Dios y el “credo” de la Iglesia. Se celebra la fe festiva y existencialmente de tal forma que cada celebración pasa por la vida de los que allí están y queda transformada. Evidente que es un camino largo… que conlleva toda la vida. Pero ahí se valora y se apoya al sacerdote y se anima y reza para que surjan vocaciones. Y surgen. Después tendrá que venir la llamada personal, la respuesta y el seguimiento.

Cierto que no “todo el monte es orégano” pero hay mucha experiencia de vida y muchos frutos. Yo, no me canso, desde hace 50 años, en decir que la Iglesia debe ser comunidad de comunidades. Que las parroquias deben estructurarse en grupos-comunidad. Y la comunidad debe caminar entre la celebración, la catequesis, el estudio de la Palabra, la comunión fraterna y la acción social o compromiso por hacer un mundo más humano y más justo. Créanme que a veces pensé que algo de esto se iba construyendo. Pero no supimos alentarlo o mantenerlo o lo que sea. Y en la Iglesia parece que estamos sometidos a un volver a empezar permanentemente.

El Papa Francisco nos invita a hacer una Iglesia en salida, una Iglesia samaritana, una Iglesia hospital de campaña. Son frases que indican una determinada opción eclesial. Creo que deberíamos tomárnoslas en serio y buscar ese rostro eclesial. El Sínodo nos pide que nos decantemos por nuestra propia respuesta y visión de Iglesia, como iglesia que somos en este caminar juntos. Esperemos que entre todos acertemos por hacer una Iglesia viva, que sea Luz entre las gentes y que haga atrayente el Evangelio de Jesús e invite al seguimiento de este Jesús de Nazaret, en las distintas vocaciones eclesiales, pero también o de forma especial, en la vocación sacerdotal y de vida religiosa.

Gonzalo Arnaiz Alvarez scj
[email protected]
No hay comentarios

Escribe un comenario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.