JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO

JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO

 

JESUS ES EL PRIMERO EN TODO

Jesús, ES SEÑOR. Es la frase síntesis que emplea San Pablo para condensar el contenido de nuestra fe. Afirma el “señorío” de Cristo sobre todas las cosas creadas. En Colosenses 1, 12-20 desarrolla el contenido de su fe en Jesús. Dios quiso reconciliar consigo todos los seres haciendo la paz por la sangre de su Hijo en la cruz. El señorío y la realeza de Cristo están íntimamente unidos al derramamiento de sangre en la cruz. Jesús clavado en la cruz será el momento cumbre donde se manifiesta la realeza de Jesús.

En el A. T. (II Samuel 5, 1-3) se anuncia y crea la esperanza de un Mesías – Rey, que restablecerá la dinastía de David y el reino de Israel. El libro de Samuel nos narra el momento en que es instituida la dinastía davídica. David es el mesías rey dibujado con el boato de las cortes reales del momento y con los atributos reales de poderío desde el ejercicio de la fuerza. Israel no puede concebir un mesías que no defienda la causa nacional y pelee por ella y venza a los enemigos. Un mesías crucificado es la antítesis de sus esperanzas.

En el evangelio de hoy, encontramos justamente el escándalo que provoca el crucificado. El INRI de la cruz indica la causa por la que es ajusticiado Jesús ante el poder romano. Jesús, el Nazareno, el Rey de los Judíos. Este título es puesto para mofa y escarnio porque no es aceptado ni por los mirones, ni por los magistrados, ni por uno de los malhechores crucificado con Él.

Los mirones y magistrados de Israel no pueden aceptar un Mesías que no se salve a sí mismo. No puede ser mesías o ungido de Dios un maldito que cuelga de un madero. No puede ser justo un ajusticiado. Reinar desde la cruz es un imposible; se reina desde un palacio.

Los soldados no pueden entender un rey que no tiene ningún ejército para pelear. Ellos saben bien quien es el rey, el Cesar de Roma. Ese sí que es fuerte y tiene el derecho de vida y muerte sobre sus súbditos. Ese tiene ejércitos para imponer su voluntad en el mundo entero. Este Jesús de Nazaret es un farsante más, un locuelo.

Del mismo parecer es el ladrón (Gestas) crucificado al lado de Jesús. Debía creer en algo, como todo el mundo, pero no puede creer en un mesías que sufra su mismo suplicio y que no haga nada por salvarse y de paso salvarle también a él.

El único que parece entender algo, y de qué manera, es el que llamamos “buen ladrón” o San Dimas. Antes de nada, reprende a su compañero de fatigas con una profesión de fe en Jesús como Dios. Un Dios que está padeciendo el mismo suplicio que ellos. Profesión de fe en un Dios que sufre y que es capaz de ser solidario incluso con los más excluidos entre los hombres, los malhechores, condenados a muerte por alguna fechoría.

Después, Dimas, reconoce su culpa y el merecimiento del castigo que recibe. De igual manera afirma la injusticia del sufrimiento de Jesús, que pasó haciendo el bien. No ha hecho nada mal.

Finalmente hace una petición a Jesús al que reconoce como Rey: Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino”. Está afirmando que la muerte no es el final, y que después de la muerte, el “reinado” de Jesús o “su reino” perdura. Le basta con que Jesús se acuerde de él. En la fe de Israel, si Dios se “acuerda” entonces eso se hace realidad. Si Jesús se acuerda de Dimas, este no perecerá para siempre.

La respuesta de Jesús es precisa y preciosa: TE LO ASEGURO. HOY ESTARÁS CONMIGO EN EL PARAISO.

Jesús admite el título que le atribuye Dimas. Jesús acepta ser “Rey” en la dimensión de la cruz. Y su realeza se extiende más allá de la muerte. El “HOY” de Dios es permanente y la cruz, la entrega de Jesús, abre para todos, las puertas del Paraíso y la entrada en el Hoy de Dios.

Tenemos que decir, que Jesús reina desde la cruz. Que el trono de Jesús es la cruz o lo que esa cruz simboliza. El Reino de Jesús se construye desde el amor que se entrega y da la vida por los hermanos. Servir es reinar. No cabe otra lectura. La fuerza de este reino no son las divisiones acorazadas sino tan solo el amor dispuesto a entregar la vida. En este Reino no cabe la sangre derramada por el poder de las armas, sino la sangre derramada de uno mismo que la pone al servicio de los demás. En éste Reino no puede derramarse la sangre de nadie en nombre del Rey. Hacer esto es ser un impostor en este Reino de justicia y de paz. No caben guerras de religión, ni guerras por el “honor de Dios”, ni ninguna otra zarandaja. Este Reino se fundamenta en el amor, y este amor llega hasta el amor al enemigo. Solo el amor basta. El amor al estilo de Jesús, manifestado en la cruz.

Nos cuesta mucho aceptar esta imagen de Jesús que reina desde la cruz. Cuantas veces reclamamos que Dios actúe contundentemente en favor nuestro, que haga justicia contra los opresores, que elimine toda causa de sufrimiento y dolor, que cree el reino de jauja.

Hemos de escuchar la última Palabra de Dios formulada en su Hijo Jesús en el que reside toda la Plenitud. Jesús desde la cruz nos está diciendo que el camino que lleva a la paz es el amor, la misericordia y el perdón. A ello va unido el respeto absoluto por toda persona humana a la que Dios ha dotado de libertad y de capacidad para amar hasta el infinito. Cada persona es dueña de sí misma y puede aceptar a Dios en su vida y encontrará la Salvación; o puede constituirse en “dios” y construir un reino a parte donde encontrará vanidad de vanidades.

La eucaristía que celebramos es el momento de unirnos a esta entrega de Jesús y comulgar con su cuerpo y sangre que nos trae la salvación.

Gonzalo Arnaiz Álvarez, scj.

 

Gonzalo Arnaiz Alvarez scj
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